Tensiones y desafíos a un año de la transición democrática

Ernesto de la Jara

En nuestras ediciones pasadas hemos dado rienda suelta a la parte positiva de la situación política, a todo lo avanzado desde la caída del régimen de Fujimori y Montesinos, con Paniagua y con Toledo. Y nos ratificamos en que lo avanzado es muchísimo y en un punto obvio, pero que siempre es bueno recordar: estamos bastante mejor que antes (¿podemos siquiera imaginar todo lo que se estaría cocinando bajo la mesa si hubiese prosperado la re-reelección?) y el "Perú, país con futuro" es hoy por lo menos una posibilidad.

Sin embargo, en este número de fin de año hemos optado por señalar ten-sio-nes. Cada vez que la situación es compleja e incierta, recurrimos en términos de análisis al rendidor concepto de "tensiones". Es una manera de señalar tendencias todavía en formación, o en pugna, o con desenlaces aún imprevisibles. Vienen las tensiones escogidas, que involucran al nuevo –aunque ya no tan nuevo– gobierno pero también a distintos actores políticos y sociales.

 

Entre el desmontaje del andamiaje autoritario y la construcción del nuevo andamiaje democrático

¿Cómo seguir avanzando en el desmontaje de la red de corrupción del régimen anterior por cauces legales y, al mismo tiempo, creando una institucionalidad independiente, que constituya el soporte de un sistema democrático a prueba de todo tipo de balas?

Desde el primer momento de la transición democrática, con Valentín Paniagua, se sabía que era clave desmontar el andamiaje que nos dejó más de 10 años de Fujimori y Montesinos, cuyas ramificaciones estaban por todas partes (Fuerzas Armadas, Poder Judicial, empresarios, medios de comunicación, organizaciones sociales, etcétera).

Y que tal desmontaje se ha venido produciendo desde noviembre del año pasado hasta hoy, es un dato de la realidad. Qué más prueba de ello que, por primera vez en nuestra historia, se ha metido en la cárcel a ex ministros, congresistas, fiscal de la nación, comandantes, generales, empresarios, etcétera, etcétera. Se podrá decir que hay algunos que faltan y que todavía no está claro el desenlace, pero para nada se ha producido el clásico borrón y cuenta nueva. Y este es un mérito de Paniagua, pero de Toledo también.

En la misma línea, en los 13 meses de transición democrática todas las instituciones han experimentado depuraciones y cambios importantes.

Pero, a la vez, es cierto también que de un tiempo a esta parte la viada parece haber disminuido y hasta haberse detenido, por lo menos en algunos sectores. Dos ejemplos al respecto: Fuerzas Armadas y Poder Judicial. En el primero, el nombramiento de un civil como ministro de Defensa no se ha traducido en cambios de fondo en términos de organización y concepciones, y, en el segundo, ni siquiera se ha determinado cuál es la instancia que deberá continuar y profundizar con la línea de cambio.

En otros ámbitos lo que ha primado es más bien indecisión y mal manejo. Acá el ejemplo más dramático es sin duda lo sucedido con los canales de televisión cuyos dueños fueron parte de la red de corrupción de Fujimori y Montesinos. Primero pareció que Toledo no iba a tomar ninguna medida, después que se retirarían las licencias y luego, cuando ese retiro parecía inminente, se retrocedió ante una reacción que era de esperar.

Nosotros compartimos la posición de quienes creen que no se puede dejar los canales de televisión en manos de quienes los usaron para delinquir, pero una medida de esta naturaleza implicaba debatir y concertar previamente una fórmula entre distintos sectores políticos y sociales del país, y garantizar que no había ninguna carta debajo de la mesa en materia de control político de los medios de comunicación. Y como esto no se hizo oportunamente, al comienzo, el mal manejo del gobierno ha terminado legitimando y fortaleciendo a los que evidentemente son los malos de la película.

Parte del desafío del desmontaje es encontrar la vía legal e institucional, generar las alianzas y movimientos que se requieren y tener las estrategias adecuadas para neutralizar a quienes, defendiendo intereses ilícitos, se resisten al cambio democrático.

Se puede hablar así de una desaceleración a este nivel y hasta de errores, pero hay quienes van más allá y acusan al nuevo gobierno de estar intentando levantar un nuevo andamiaje de control y a Toledo de ser poco menos que un nuevo Fujimori. Pero, sinceramente, hasta ahora sólo se ven denuncias bastante destempladas y motivadas por diversos tipos de intereses, muy claros, pero ninguna prueba concreta de algo que, si fuera verdad, implicaría un cambio total de la situación y, por tanto, exigiría de todos una actuación completamente distinta.

Ahora, el gobierno tiene que aprender, por un lado, a ser tolerante con las críticas, a saber diferenciar críticas y críticas, sin meter a todos en el mismo saco del complot fujimontesinista, y, por otro lado, que su mejor defensa es la transparencia y los avances significativos en la institucionalización del país.

"Una clase política de rendimiento intermitente"

¿La actual clase política está o no a la altura de las circunstancias?

Nada más alejado de nuestra intención que un discurso antipolítico o antipolíticos. Siempre nos ha parecido absurda y falsa la reivindicación de los independientes o técnicos en contra del político.

También creemos que ha habido momentos recientes en los que los sectores políticos del país han tenido actuaciones dignas de ser reconocidas. Por ejemplo, durante todo el período que transcurrió desde que Fujimori anunció nuevas elecciones hasta la elección del nuevo presidente (los tiempos de la mesa de la OEA), o, últimamente, después de la elección de Toledo, cuando todos manifestaron voluntad y disposición de cerrar filas a favor de la transición democrática.

Pero en otros momentos parecería que los distintos sectores políticos del país no tienen plena conciencia del papel histórico que les toca cumplir en las actuales circunstancias de transición, de salida de un régimen como el de Fujimori y Montesinos.

Y estamos pensando en situaciones muy diversas. Comenzando obviamente por el estilo presidencial de Toledo que, hasta ahora por lo menos, es visto más como debilidad que como fortaleza. También en su entorno, en el que pese a haber gente sumamente capaz, no se logra constituir un buen equipo de gobierno que sirva desde para decirle la verdad a Toledo hasta para tomar y ejecutar las grandes decisiones que el país requiere.

Pero también estamos pensando en la oposición. Es evidente que algunas decisiones en ese lado de la política nacional son tomadas en función del focus group, mirando las elecciones municipales y regionales del próximo año y hasta las presidenciales del 2006, soñando tal vez con que el cronograma electoral pueda adelantarse, sin pensar en lo catastrófico que sería este desenlace para el país.

En un país donde todo se cae a pedazos, con la mayoría de la población intentando simplemente sobrevivir y con todo por hacer, la legítima pugna política debe subordinarse a grandes objetivos nacionales, más allá del interés particular. Esto se dice permanentemente, pero no se materializa en hechos concretos. De ahí la importancia de la concertación, anunciada tantas veces pero que hasta ahora no pasa de fotos, abrazos y discursos.

"Si la casa es pobre, que por lo menos el corazón sea grande, haya dignidad y perspectivas de futuro"

¿Cómo encontrar el camino económico entre mil y un demandas apremiantes, con sensatez económica, con recursos limitados y en un contexto en el que cada quien jala agua para su molino?

La realidad nos enrostra a diario y permanentemente un abanico enorme de demandas económicas y sociales, todas reales, sentidas, urgentes, postergadas, embalsamadas, reprimidas y mil adjetivos más que todos repetimos como parte de nuestro ensayo sobre el Perú de hoy. Demandas de vida o muerte, porque tienen que ver con la subsistencia mínima-mínima en términos de alimentación, vivienda y salud.

En eso está la inmensa mayoría de nuestra población, por más que algunas islas de confort permitan una apariencia distinta y hasta zonas de refugio. Para comenzar, somos un país en el que la mayoría de la gente no tiene trabajo, incluidos los sectores de siempre, los que nunca lo tuvieron, pero ahora también los que antes lo tenían. Y la mayoría de los que todos los días agradecen a Dios salir a trabajar, lo que tienen no es exactamente un puesto de trabajo, pues salen en realidad a "recursearse" para conseguir un ingreso mínimo.

Terrible dato de nuestra realidad que a veces no sopesamos en toda su magnitud. No sólo tiene efectos muy concretos y dramáticos en la economía individual y en la del país, sino que hiere aspectos existenciales tan importantes como, por ejemplo, la autoestima: los peruanos nos hemos convertido en una masa que deambula por todas partes (incluidos países limítrofes) buscando trabajo, y que al no conseguirlo vive en estado permanente de frustración e inseguridad. ¿O qué vínculo pueden tener los jóvenes con un país que nada les ofrece?

Ahora, también sabemos muy bien que no se trata de solucionar el problema artificialmente, demagógicamente, populistamente y todas las palabras a las que con razón les hemos tomado pavor. Nada de maquinita, de indexación, de dólares muc, de protección a la empresa peruana. De acuerdo, es fundamental mantener la disciplina económica, las cifras macro, la economía de mercado, pues si estamos como estamos fue en parte por los años de irresponsabilidad en todo esto.

Pero a la vez esa sensatez económica no puede ser el pretexto para no asumir esta situación de carencia generalizada, o la excusa para postergar siempre demandas sociales mínimas o la argucia de quienes tienen más para seguir exigiendo más y más. Y nos da la impresión de que en el ambiente nacional hay algunos que se aprovechan de la ortodoxia para jalar agua para un mismo molino.

Ya a estas alturas también se sabe, y hasta se ha vuelto parte de la ortodoxia, que el talón de Aquiles del modelo es que por sí sólo no chorreará ni una sola gota y que espontáneamente la brecha no sólo no se cierra sino que se ensancha permanentemente.

Talón de Aquiles del modelo económico liberal en general, pero que en los países como los de América Latina lo es también de los regímenes democráticos, pues tarde o temprano volvemos a demostrar que la democracia no se come, y, entonces, el péndulo comienza nuevamente a desplazarse hacia otras formas de gobierno menos democráticas pero aparentemente más eficaces.

En el ámbito nacional, en este nivel no podemos dejar de mencionar la absoluta insensibilidad de los sectores –por llamarlos de alguna manera– A y B. Una vez más, no están dando ninguna señal de un mínimo compromiso que vaya más allá de sus intereses directos, inmediatos, exclusivos y excluyentes. Ni la mínima autocrítica, por ejemplo, por su vinculación con el régimen de Fujimori y Montesinos, que a su vez los haga replantear su papel frente al país. Simplemente nada. Así como pasaron por alto más de 15 años de guerra interna, los más de 10 años de Fujimori y Montesinos con ellos no es.

La opción sigue siendo la identificación absoluta del país con el bolsillo, el gueto (aislamiento de los demás), el puente directo con el exterior y la seguridad basada en el levantamiento de muros. De ahí también la visible incomodidad de este sector con un régimen que busca incorporar y conciliar intereses, y que no tiene como único recurso la mano dura.

Insensibilidad que es en realidad falta de lucidez, porque un país así no es sólo absolutamente inseguro sino también inviable.

Por otra parte, no se trata tampoco de que cada sector levante y luche a ojos cerrados por su demanda como si se tratara de la única y como si su satisfacción dependiera exclusivamente de voluntad política. Ya hemos experimentado también que eso no conduce a nada, y que lo único que logrará es el total desprestigio de la democracia que pasaría a ser sinónimo de caos y violencia. De ahí la responsabilidad también de los distintos sectores sociales, así como de sus organizaciones y líderes.

Es en este ámbito en el que la transición democrática tiene tal vez su principal desafío, y hay que ser justos en reconocer que equivale casi a un milagro: ¿cómo responder a una gama muy variada de demandas y expectativas, sin ningún tipo de exclusión, sabiendo de antemano que los recursos son muy limitados?

Desafío que en realidad no es sólo del gobierno sino de todo el país, pero es al gobierno al que le toca impulsar y crear cauces y mecanismos: descentralización, espacios locales y regionales, negociación, concertación, etcétera. Nuestra percepción es que a la vez que hay un intenso nivel de demanda, hay una buena disposición por encontrar vías de solución. Es fundamental que los distintos sectores de la población sientan que participan y construyen un futuro que los incluye.

Formalmente el gobierno ha expresado que su foco está puesto en esto, pero lo hecho hasta ahora en materia del manejo de la demanda social es insuficiente.

La sociedad civil buscando su potencialidad

¿Cuál es el papel actual de la sociedad civil, que tiene que ser continuidad y renovación en relación con el pasado?

La sociedad civil ganó enormemente en reconocimiento y legitimidad a partir del papel que los distintos sectores que la integran cumplieron en la recuperación de la democracia (movimiento de derechos humanos, mujeres, jóvenes, trabajadores, colegios profesionales, grupos de observación electoral, etcétera).

¿Cómo seguir cumpliendo ese papel ahora, ya no en el marco de un régimen como el de Fujimori y Montesinos sino en uno de transición democrática? La pregunta que más se repite: ¿cómo ayudar a consolidar la transición y a la vez fiscalizar y exigir?

Si bien la sociedad civil sigue manteniendo una presencia importante a través del seguimiento o difusión de determinados temas o puntos de agenda, o a través de la realización de actividades o eventos, todavía le falta encontrar la "palanca" que le permita que ese papel sea decisivo.

En el pasado, por el carácter del régimen o de los problemas que se enfrentaban, la movilización ciudadana y la presión internacional eran, por ejemplo, soportes fundamentales de la fuerza de la sociedad civil. Hoy el cambio de contexto exige una nueva manera de movilizar redes nacionales e internacionales.

Por otra parte, está en proceso de definición cuál es exactamente la línea que marca la división entre funciones propias del Estado y las de la sociedad civil y cuáles los espacios que se pueden compartir manteniendo cada quien su identidad.

Entre la cultura y la anticultura

Siempre decimos que vivimos un momento en el que hay una predisposición a favor de una cultura democrática, como antes la hubo a favor del autoritarismo, algo que hay que saber aprovechar. En efecto, así como Fujimori se valió del desprestigio de la democracia (asociada a fines de los ochenta al caos, la violencia, la hiperinflación y la corrupción) para lograr la adhesión del país al autoritarismo, ahora debemos aprovechar el desprestigio del autoritarismo (sinónimo de corrupción y arbitrariedad) para construir una mentalidad opuesta, basada en el respeto de valores, derechos, instituciones independientes, legalidad, etcétera.

Pero, al mismo tiempo, hay que considerar una serie de elementos culturales que juegan en contra de estos vientos a favor, los que nos limitamos a mencionar:

– Más de 10 años de convivencia con un determinado tipo de discurso deja huellas en términos de mentalidad que es imposible revertir en corto tiempo. Así como en su momento se habló de una "senderización" de la cultura, ahora habría que referirnos al sello mental Fujimori-Montesinos.

– Sin embargo, hemos pasado de un consenso autoritario y antiderechos humanos a un "consenso" democrático y pro derechos humanos, del que, por la manera tan abrupta como se ha producido, debemos desconfiar.

– Descubrir a través de los vladivídeos toda la perversidad del régimen anterior ha ayudado a tomarle tirria a ese tipo de régimen, pero de paso ha contribuido al escepticismo total frente al poder político, a la política, a los políticos, los funcionarios públicos, las instituciones, lo cual obviamente no ayuda nada en términos de fortalecimiento de una cultura democrática y hasta fomenta una actitud del todo vale.

– Somos un país que arrastra años de extrema pobreza, de deterioro en términos de educación, salud, ambiente familiar, etcétera; por tanto, un gran segmento de la población ha crecido sin ningún tipo de referente ético, democrático, político, etcétera, etcétera.