Lima, centro de un mundo
Hugo Neira
"En el Umbral del Milenio" (Lima, 1999), el SIDEA (Seminario Interdisciplinario de Estudios Andinos) anunció que en dos años vendría "Al Fin de la Batalla". Llegó el 2001 y, si bien estamos algo lejos del final anunciado, cual reloj suizo sí hubo un nuevo seminario internacional en Lima y por todo lo alto: conferencistas extranjeros habitualmente de difícil cuando no de imposible acceso, ponentes nacionales de diferentes canteras y edades y un público que concurre con gran entusiasmo y esta vez avanzando en términos de pluriculturalidad.
A continuación una lúcida crónica del escritor Hugo Neira de lo que hubo y no hubo y de los cambios producidos desde "En el Umbral del Milenio".
Hace algunos años, en un viaje que nos pareció interminable por la China comunista de los días del maoísmo, Raúl Vargas y yo, después de protestar ante nuestros anfitriones, hartos de visitar fábricas y museos y de la rutina del mismo discurso de propaganda, obtuvimos que nos llevaran a una biblioteca antigua de textos chinos. Fue un deslumbramiento. En una sala de pagoda vimos innumerables libros apilados de esos que se abren por folios plegados en dos como un acordeón, de vieja caligrafía, noble papel. Los contenidos en aquella sala, nos explicaron, concernían a un solo ideograma, digamos, como si en nuestro sistema alfabético se reunieran las variantes posibles de la letra a, es decir, ba, ca, da, fa, ga, hasta el infinito. Pese a la impaciencia de nuestros guías, permanecimos en ese lugar todo lo que pudimos. Habíamos hallado la interminable biblioteca de Borges.
Recuerdo de esa visita, por sinapsis, la fuerza proliferante de las ideas, ahora que intento cumplir con el encargo imposible que me hacen Moisés Lemlij y Dana Cáceres. No se resume una conferencia internacional como la que acaba de celebrarse en los hoteles Los Delfines y El Libertador de Lima, aunque la temática del fin ("Al Fin de la Batalla", 15-18 de noviembre) congregara 67 mesas, 92 extranjeros (procedentes de 22 países) y 176 peruanos. La dispersión de sentidos no viene de la organización del evento sino de la calidad de sus consensos y diferencias. Viene del tiempo histórico y filosófico que vivimos.
Diré, sin embargo, que cada mañana, cumplidamente, se entregaba el programa del día. Los discursos plenarios fueron más bien raros: predominó un sistema de salas o eventos alternativos. La gente circulaba a su guisa, de los salones Mediterráneo A, B, C, a los salones del otro hotel, el Libertador. Personalmente intervine en dos mesas como ponente y en una tercera como moderador. Y el resto del tiempo lo dediqué a deambular de una sala a otra, o en el hall del hotel, mientras saltaban los delfines, a conversar. Por eso, con toda probabilidad, me han impuesto esta tarea infinita. No se resume Babel.
Pero se la puede explorar. Los contrastes críticos, el ecosistema de ideas y pensamientos de tres plenos días. Algo que se halla, pues, entre mi carné de notas, mis recuerdos de chismes de pasillo, uno que otro ámbito (porque eso es lo que fue, diversos espacios de reflexión, entrecruzados) y el extenso programa. Las ponencias sobre psicoanálisis forman un poderoso contingente, aunque las siguen de cerca las del "conflicto", tema federador, en sus variadas encarnaciones, batalla de los sexos, el Medio Oriente, la familia. La conferencia estuvo sin duda bajo la evocación de Freud, me parece, el Freud tardío, el de El malestar en la cultura.
La "psicoanalización" de la conferencia no es un reproche y no sorprenderá. SIDEA tiene como principal auspiciador a la IPA, numerosos participantes provienen de los Estados Unidos, a lo que hay que agregar los de la Federación Psicoanalítica de América Latina y la del Perú. Pero deducir por ello que los variados seminarios giraron sobre el psicoanálisis sería un error. A mi parecer, en este dominio hubo una vertiente de aplicación terapéutica pura y otra, digamos, de psicoanálisis diluido en temáticas sociales. De la primera resulta ejemplar la de Daniel Widlôcher, sobre el psicoanálisis en un mundo en transformación. Pero aun esa, y las que la siguieron, trataron de lo que me atrevería a llamar "los nuevos malestares", es decir, la relación entre psiquiatría y terrorismo (la de Maurice Lipsedge, de Inglaterra) y la subjetividad amenazada, las guerras del milenio, entre otras muchas. Escuché con atención a un Otto Kernberg muy diferente del que había escuchado en 1998. La eminencia que es Kernberg esta vez habló de sus emociones, de qué es ser analista en Nueva York, cuando saltaron las torres gemelas el 11 de setiembre y él estaba a un paso.
Desde Lima y para esta nota, Ernesto de la Jara pregunta qué cambió entre "En el Umbral del Milenio" y "Al Fin de la Batalla". Algo ha saltado por los aires desde la cita de 1998 a la del 2001. Al punto de que la idea misma de un fin de tiempo, de milenio o lo que fuera, con la que se convocó esta nueva gigantesca conferencia internacional, resultó sobrepasada por los acontecimientos. Se ha entrado al siglo XXI, ciertamente, pero, lo dijeron diversos participantes, la batalla continúa. Alguien ha dicho, sobre el Mayo del 68, que sus mejores aportes fueron involuntarios. Y algo parecido ocurre con la cita de Los Delfines de noviembre del 2001. Ocurre en un mundo sacudido por la violencia en Nueva York. Ocurre en un país, el Perú, sacudido hasta sus fundamentos sociales, políticos y morales por el descubrimiento de la red intensa de corrupción del fujimorismo, sobre un fondo de violencia y guerra civil que ha dejado el terrorismo senderista.
A un inspirado, en una conversación de pasillo, le escuché establecer una familiaridad en el terror entre los atentados contra el World Trade Center y el bombazo en Tarata, Miraflores. Lo macabro que une. La extraña vecindad de temores diversos. Eso es quizá lo que ha saltado por los aires, temáticamente hablando. Que lo internacional no es ajeno, que lo nacional no es solamente propio. Lo humano y lo inhumano están en todas partes, la historia no es sino una.
Pero la Conferencia no repitió el absolutismo del discurso capitalista. Ha dudado de una felicidad fundada en la mercancía y su consumo, de una promoción del goce como droga, ha expresado un malestar ilustrado, lo que conviene a herederos de Freud, hijo él mismo de las esperanzas de la Ilustración. Ciertamente, persisten núcleos de intereses científicos e intelectuales. En lo que concierne al Perú, se trató de la violencia en los Andes, del conflicto en nuestra historia, de Ayacucho, de la violencia y el miedo en Lima, de Cajamarca en la historia y sus conflictos, y muy ampliamente, del miedo en la historia del Perú (cuatro sesiones). Esta temática, la del dolor, está en las ponencias, como se comprobará cuando sean publicadas, y estuvo en las exposiciones orales, por todos lados, como cuando los psicoanalistas abordaron "el estrés postraumático, secuela de conflictos", pero también cuando la abordaron periodistas, víctimas del terrorismo, funcionarios internacionales de la Cruz Roja, del PNUD, que han vivido experiencias de terreno en zonas en guerra, y hasta policías, autoridades edilicias y ministros de Estado que abrieron y cerraron estas jornadas. De tal manera, de esta vasta conferencia, en mi carné de notas resaltan las zonas de temática doble, las más ricas, por cierto, de sentido y reflexión, como las más abundantes. Me refiero a las que combinaron, por ejemplo, ética y poder, justicia y psicoanálisis, o las angustias de la Transición. O la democracia como conflicto de conciencia. O el trabajo terapéutico en el marco de los derechos humanos. Y ética y economía. Decir que SIDEA cumplió su vocación interdisciplinaria es decir algo justo, pero insuficiente.
El entrecruce de sentidos al que acabo de aludir me parece revelador. Y no es sólo que psicoanalistas, antropólogos, sociólogos, historiadores y políticos (alcaldes, periodistas, militares y hombres de religión) puedan reunirse y discutir. Si queremos entender qué pasó en Los Delfines hay que ir más lejos que la celebración de la libertad y el respeto de las ideas del otro, y de un cierto y saludable eclecticismo.
Hay que comenzar por confesar que los referentes mayores, filosóficos y religiosos, no están en nuestro tiempo muy claros y por eso nos reunimos. Que vivimos, esta vez todos, de Nueva York a Buenos Aires o Lima, en una sociedad o mundo en el que, como dice el inglés Giddens, ni siquiera los mejores especialistas saben lo que podrá suceder. Todos estamos viviendo la historia como un acontecer otra vez traumático, y en esa cita, en esta ciudad, en Lima, se discutió sobre el Holocausto, sobre víctimas y victimarios, se reunieron palestinos y judíos. Presidí una mesa sobre el conflicto del Medio Oriente, les pedí al final a los expositores que se estrecharan las manos, que es lo que hicieron, ante el aplauso del inteligente público. No, no fue una conferencia ideologizada que buscara definiciones ni esquemas. Bastante hemos tenido de eso. Pero sí una en búsqueda de orientación, expresión de una humanidad atrapada ante la crueldad de lo real. ¿Cómo negar que la razón no funciona si no a medias, que quedan espacios indefinidos, imprecisos, temibles? Un cortometraje fue exhibido, el rostro de lo siniestro, Montesinos, "poderoso caballero", de Sonia Goldenberg, algo impresionante por el cinismo de su principal protagonista. Un corto al que auguro el mayor de los éxitos. Cruel pedagogía la del mal desnudo.
Esta conferencia fue habitada por exigencias que la tensaban: de un lado, sistemas de pensamiento; del otro, una suerte de saber vital, como cuando llegaron las campesinas a contar cómo vivieron el terror, como cuando los que llevan las heridas del Holocausto hablaron de esa experiencia, e inclusive, de historias de amor y vínculos apasionados que la siguieron. Hubo momentos tiernos: "ser abuelos", una playa de ternura. En suma, creo que todas las ciencias humanas y los hombres y mujeres que han intervenido salen francamente remozados. Me atrevería a pensar que los mismos psicoanalistas americanos no puedan volver a reunirse sin tratar, al lado de sus temáticas, de ese dolor del mundo que invadió, lúcidamente, esas aulas por una vez planetarias, porque resonaba muy fuerte aquello de la "globalización de la ética". Y ese singular clamor, que viene de nuestra experiencia peruana, pero que no es monopolio nuestro: "¿qué hacer cuando las personas no cumplen las leyes?". El psicoanálisis tuvo, entonces, el lenguaje particular del conocimiento de la vida inconsciente, a lo que agregaron en Lima "un ideal opuesto a toda forma de autoritarismo religioso y político, y la defensa de la vida psíquica personal". Se aceleró la historia. Cambió el tiempo. Vivimos otro tiempo. De pronto se hallaron en el mismo lugar, gente distinta, saberes separados. Una Babel con muchos puentes y pasarelas. Algo digno de escuchar y verse. ¿No ha dicho Rorty que el papel del filósofo, además de habituarse al desacuerdo, en nuestro tiempo, es el de un intermediario socrático entre discursos diferentes? (en La filosofía y el espejo de la naturaleza, 1983).
¿Críticas? Cierto que no es la primera vez que Max Hernández, Moisés Lemlij, Luis Millones y Dana Cáceres nos regalan en una ciudad donde no faltan eventos, con un evento mayor, gigantesco, una feria del Pacífico del conocimiento. Eso hay que decirlo: primero la miel y luego la hiel. Pero hay mucho por desear. De parte de los organizadores, de parte del contexto ciudadano y limeño. De los primeros, excelente organización interna, pero encerramiento. Hay cosas sencillas por hacer, como una hoja diaria de información y resumen para la prensa. ¿Falta personal que sepa resumir las conferencias en el tiempo en que estas se producen? No hablo de la traducción simultánea. Hablo de ese perdido arte de saber resumir ideas ajenas sin traicionarlas, pero si es así, se puede preparar un joven equipo con unas cuantas lecciones. Esas reseñas multiplicarían los efectos de la reflexión.
Hay otra crítica que recojo, muy extendida, la siguiente: faltó tiempo en las mismas mesas para un debate real. Personalmente, veo otro defecto, cada vez creciente en este tipo de eventos: los invitados leen. Es una moda académica y una verdadera desgracia. Tampoco celebro la facilidad criolla para improvisar. Entre la charla irresponsable y la tediosa lectura hay un punto intermedio. Exponer oralmente una breve agenda, con orden y sencillez. Algunos lo hacen, no diré quiénes por no atizar envidias. Ahora bien, el gran defecto de esta conferencia no estaba en Los Delfines sino en la Ausencia. La poca o nula presencia de los millares de universitarios peruanos. Cierto, la globalización de la tiranía fujimorista ha destruido las clases medias tanto como en la Argentina, pero podían solicitar becas, o pedir una repetición de algunas mesas, o de algunos invitados en los paraninfos universitarios. Nada de esto ocurre. Sin embargo, ahí en Los Delfines se trató de la democracia en situación de pobreza, de la gobernabilidad, de la autoestima de los pobres, de la descomposición de la ética y del derecho. Digo esto porque la afluencia libre de públicos a esa Babel prodigiosa que mis amigos de SIDEA producen cada cierto tiempo, es creciente, suerte de democracia del conocimiento, de reflexión libre y desinteresada, en realidad más universitaria por universal que las universidades profesionales, algo comparable acaso únicamente con los "cafés filosóficos" de Viena y Berlín de comienzos del siglo XX.
En fin, bravo por el experimento, por esa increíble zona de pensamientos diluidos, porosos, donde se producen síntesis futuristas que hoy se nos escapan. Pero dentro de tantas palabras que escuché –conciencia, libertad, individuo, grupo, utopismo, crítica, pobreza, injusticia, violencia, terror, mujeres, democracia, dolor, conflicto, Andes, milenio, depresión, sexualidad, socialización, abuelos– se hallan acaso las que conformen la filosofía alternativa de vida que necesitamos. Hoy borrosa todavía a nuestros ojos y conciencia.
Tahití, 30 de noviembre del 2001
(antes de las 5 de la tarde)
El celular como metáfora del "qué me importa"
Una intervención significativa, entre moralizadora y divertida, la de la doctora Matilde Caplansky en la mesa sobre violencia política. Fue en torno a un celular. Una señora de cabellos negros y copiosos, sentada en el centro de la sala, recibió cuatro llamadas de sonoros timbrazos, y respondió a todas. En la mesa, los rostros de los expositores pasaban de azul a violeta. Al cuarto timbrazo, Mati no pudo más, y arrancó, a propósito de violencia, desorden y corrupción, con que "los peruanos tenemos una idiosincrasia... no nos importan los demás... este es el tema de los celulares", dicho lo cual dejó el micro para volverlo a coger: "¿Pero qué necesidad tienen de estar comunicados todo el tiempo con Dios en vez de dedicarse a escuchar la conferencia? De repente Dios está muy ocupado". Hubo estruendosos aplausos, hasta de la señora de los cabellos negros y copiosos.
Moisés criollo
La mesa sobre Moisés, el hombre, las tablas de la ley y las religiones monoteístas, fue de mamey con pepa, de las mejores. A la intervención siempre en caja de Lemlij y la muy erudita de monseñor Norberto Strotmann, la verdad que quedé fascinado por la de Roberto Maclean y su versión de un Moisés criollo, delincuente juvenil y aventurero de mal genio, asesino ocasional de algún egipcio e improvisado líder político, digno de estos pagos, tan bien hecha que mantuvo en vilo a la asistencia, en gran parte de la comunidad, la que parecía apreciar estos abusos de confianza con el fundador.