Corredores migratorios interregionales: los retornantes olvidados fuera de Lima
Aldo Pecho Gonzáles/ IDL-Seguridad Ciudadana
La alarma se enciende a las seis y veinte de la mañana, hora exacta, para que Alejandro Colque se aliste y pueda ir al mercado. Desde hace una semana consiguió un pequeño cachuelo de barrendero, aunque la recompensa no es mucha: algunas papas, tomates, alverjas, y si hay suerte arroz, menestras o huevos. Cuando el presidente Vizcarra decretó el aislamiento social obligatorio, el 15 de marzo, él se encontraba junto con su sobrino Alberto en la ciudad de Puerto Maldonado. Trabajaban como albañiles. Ahora Alejandro regresa a un terreno descampado, donde les dejan dormir temporalmente hasta que puedan volver a su natal Urcos, en Cusco. Enciende la pequeña cocina de ron para preparar el almuerzo y cuenta los días para regresar a casa.
La semana pasada, el Gobierno acaba de extender la cuarentena hasta el 30 de junio, y no se sabe bien hasta cuándo será el cierre de fronteras interregionales. Por el momento, ellos no podrán volver.
Desde aproximadamente mediados de abril se viene hablando de los migrantes que buscan retornar a sus regiones. Un grupo de ellos emprendió el camino de regreso a pie atrayendo los focos de los medios de comunicación. Los llamaban “caminantes”. Sin embargo, la mayoría no necesariamente se desplazó por las calles de las grandes ciudades, sino que aprovechando la atención del Estado sobre el problema pidieron un retorno asistido, llegando hasta hace unas semanas a las 200 mil solicitudes. Por supuesto, la pobre capacidad estatal para atender tal demanda ha hecho que apenas un pequeño porcentaje pueda regresar a sus regiones. Muchos de estos migrantes se encuentran varados en la ciudad capital, aunque no son los únicos.
—Apoyo no nos dan. Nos han dicho que ahorita no hay traslados para Cusco, eso tendría que coordinarlo el Gobierno regional —nos comenta Alejandro—. No hay nada. Es que todo está concentrado en Lima.
Cuando la pandemia se extendió por el país y se cerraron las fronteras, la primera preocupación fue asistir a los migrantes peruanos que se encontraban en el extranjero. Entonces llegaron decenas de vuelos humanitarios, muchos de ellos costeados por los propios migrantes, y se les brindó refugio y aislamiento en la capital antes de que pudieran retornar a sus hogares. El siguiente problema ocurrió por la crisis de la cuarentena. El desempleo, el hambre y las necesidades, entre otras cosas, iniciaron el pedido de retorno, mayormente desde Lima a regiones, y también desde algunas regiones hacia Lima misma. El Gobierno también les brindó asistencia, esta vez canalizada desde el Ministerio del Ambiente, aunque a grandes luces ha sido insuficiente.
Pero con todo este panorama, casi nadie habló de los migrantes que se encontraban atrapados entre regiones. La migración no es un fenómeno que ocurre —ni ha ocurrido— exclusivamente en la capital, y sin embargo la discusión sobre la atención del Estado se ha centrado en su mayor parte sobre Lima. ¿Qué sucede con aquellos migrantes que viajan de una región a otra sin pasar por la ciudad más grande del país? ¿Es posible mirar el fenómeno de la migración de retorno más allá del lente centralista?
Los corredores migratorios interregionales
Juan Abanto trabaja haciendo instalaciones eléctricas desde hace quince años. Es un hombre no muy alto, de contextura gruesa y carácter desenfadado. Ha nacido en Sucre, Cajamarca, pero vive con su mujer y sus hijos en Chota, una pequeña ciudad cabecera regional. Hoy no se encuentra con su familia. Cada cierto tiempo, ofrece sus servicios de manera itinerante por una buena parte de Lambayeque. Así, recorre distintas zonas como Puerto Eten, Ferreñafe, Motupe, Túcume y por supuesto la ciudad de Chiclayo. En temporadas agrícolas, una parte de su familia migra a Olmos, para trabajar en las haciendas agroexportadoras. Pero ellos no se encuentran asentados regularmente en la región. Apenas tiene una prima con la que tuvo algunas diferencias al empezar la cuarentena por lo que quedó varado en Chiclayo. Su ganancia se la dividió entre el envío a su familia y su alimentación, porque como vivienda consiguió una casa refugio en la zona norte de la ciudad.
—Aquí nos apoyamos entre todos, hay mucho compañerismo, hacemos colectas para que la comida no nos falte —nos dice Juan—. Pero también tenemos miedo. Los contagios crecen y crecen. ¿Adónde más podemos ir? Estamos atrapados.
Como Juan, se calcula que en el Perú existen casi seis millones de personas que viven fuera de sus regiones. Según el último censo del INEI, en el 2017, entre Lima y Callao concentran el 57.1 % de los migrantes internos que existen en el país. Pero son casi dos millones de migrantes los que viven fuera de la capital, mayormente en regiones como Arequipa, La Libertad, Lambayeque, San Martín, entre otras. Tan solo en los últimos cinco años antes del censo (2012-2017), las migraciones internas se vienen consolidando poco a poco más allá de Lima Metropolitana. Si bien la capital sigue siendo la región predilecta durante este periodo, vemos que ha concentrado el 42.2 % de las migraciones internas: un porcentaje menor que el acumulado histórico arriba descrito. Esta tendencia —si bien lenta— de ya no ser Lima la región exclusivamente preferida por las migraciones internas viene produciéndose desde la década de 1990. Y entre tantas cosas, se debe a la consolidación y el mayor atractivo de las capitales de región y las ciudades intermedias.
—No es que te diga que se gana así, harto. Pero se gana bien, ah, no te lo puedo negar —comenta Juan—. Depende de cuánto cachuelito me salga, aunque uno también tiene sus clientes. Yo prefiero irme aquí a Lambayeque, a Chiclayo, porque hay trabajo y me queda cerca para volver con mi familia. En Chota también tenemos negocios, al menos para completar. Y mi esposa tiene unos terrenitos en Paccha.
A pesar de que dejaron de ser un tema atractivo para las ciencias sociales —particularmente para la antropología y la sociología—, las migraciones internas han continuado. Y si bien ya no tienen esa magnitud intempestiva con la que se recreaba el imaginario nacional hace unas décadas, aún siguen siendo un fenómeno relevante. Ahora, en tiempos de pandemia, su problema ha vuelto a salir a la luz. A quienes no se les escapó de las manos este proceso fue a los economistas, aunque su abordaje ha sido tangencial desde la categoría de “corredores económicos” (algunos lo abordan desde los llamados “clústeres regionales”). Lo que han estudiado es la interconexión y potencial desarrollo de zonas regionales, unidas entre sí por tener —entre tantas cosas— mercados en común, recursos de extracción, vías de comunicación, continuidad sociocultural y mano de obra flotante. Allí se encuentra el atractivo para los migrantes.
Resulta complicado elaborar una tipología exhaustiva sobre los móviles de la migración interna, pero es indudable que la oferta de trabajo es uno de los principales. Sea como residentes permanentes o como trabajadores temporales, muchos migrantes están dispuestos a desplazarse para obtener mejores ingresos. No es casualidad que la mayoría de regiones emisoras de migrantes tengan marcados núcleos rurales (y en muchos casos con bajos ingresos), como Cajamarca, Junín, Áncash, Puno, Piura, Cusco o Ayacucho. Existen otros tipos de migrantes: los que se han quedado varados en las regiones por la atención de servicios que no encuentran en su localidad, llámese servicios médicos o educativos, por nombrar dos de los más frecuentes. Y así muchos casos más.
¿Hacia dónde debería apuntar el Estado? En primer lugar, detectar los casos más urgentes de lo que vamos a llamar aquí “corredores migratorios interregionales”, que no serían más que los mayores flujos de migración de una región a otra. Y, de hecho, un vistazo nos muestra la consolidación de algunos de estos corredores migratorios, los que en muchos casos suelen tener larga data histórica. Por mencionar solo algunos, diremos que existen ejes como los de Arequipa-Moquegua-Tacna, Cajamarca-La Libertad-Lambayeque, Cusco-Madre de Dios, San Martín-Loreto, Ica-Ayacucho, entre otros, que ahora tienen casos de migrantes inmovilizados por la cuarentena.
Lo que viene ocurriendo en estos lugares también forma parte de la gran crisis humanitaria desatada por la pandemia. La migración de retorno, no hay duda, viene trayendo consigo muchos apremios.
Los problemas del desplazamiento interno, ¿qué hacer?
Sentado sobre una tosca java de madera, Jesús Tapia mira el cielo pensando que el clima seco llegará pronto a Juli, el lugar que lo vio nacer. Escuchó que hace unas semanas autorizaron un convoy de retornantes hacia la ciudad de Puno; quiso colarse a última hora, pero no lo dejaron. Lamenta su indecisión. Ahora se encuentra varado en Tacna por un tema de negocios. No había terminado de hacer compras y esperaba que la cuarentena se disipara en unas semanas. Eso no pasó. Ha tenido la suerte de hospedarse en la casa de una prima lejana, a quien le colabora con algo de dinero. Igual no se siente cómodo, quiere volver a su pueblo y ya casi se le están acabando sus ahorros. Se lamenta que este año su negocio no salga a flote. La mala suerte, piensa, qué se estará pagando por esto.
Es importante reconocer que la migración de retorno no solo ocurre debido a una crisis económica. Junto con ella, se presentan otros factores importantes como el colapso emocional, la sensación de desarraigo y desprotección ante el peligro. Volver al hogar es también encontrar un refugio no solo material, sino también psicológico, y esto se logra en un espacio donde se estrechan los lazos comunitarios. Afrontar la pandemia, un evento disruptivo en las historias personales, lejos de la familia, es algo que marca a cualquier persona.
—Sí, extraño a mi familia. Mi hija está pequeñita, tiene tres añitos. Y mi papá, de salud no anda muy bien —nos cuenta preocupado Jesús—. Quisiera estar en casa. Creo que allí la pasaría más tranquilo también, sin tener esto aquí encima, de pensar qué puede pasar mañana. Uno no sabe, Dios.
Es sabido de antemano que las respuestas del Gobierno han sido insuficientes. Para atender las solicitudes de retorno, se han priorizado poblaciones vulnerables, como adultos mayores, mujeres embarazadas, padres con niños, entre otros. A ellos se les ha tenido que hacer un testeo, con prueba rápida, y después del viaje hacia regiones, en coordinación con los Gobiernos locales, hacerles pasar una cuarentena por dos semanas en centros de refugio. Pero ante una inmensa cantidad de personas que quieren retornar, el Estado no se ha dado abasto. Empujados por las carencias, muchos de ellos sin un lugar donde pasar la noche, los migrantes siguen reuniéndose para improvisar su sobrevivencia. Y algunos eligen continuar el camino de regreso a pie.
—Eso estoy pensando. Hay por allí unos chicos que son de Ilave, y quieren ir en mancha. Pero el camino es largo y está haciendo mucho frío —nos dice Jesús—. La verdad no sé qué hacer. Mi esposa me dice: “No, quédate. Cómo te vas a venir por acá, así, a pie. ¿Y si te agarra la helada?”. Pasa que también me preocupan ellos. No me siento tranquilo.
La migración de retorno no es un hecho excepcional. Ocurre en tiempos de crisis, aquí y en cualquier parte del mundo. Ocurre también cuando llega la estabilidad y los migrantes deciden volver a casa. El problema surge cuando se ven forzados a emprender el viaje de retorno en condiciones inadecuadas, o cuando se encuentran atrapados sin recursos en un lugar que les resulta ajeno. Allí se convierten en desplazados internos. Esta vez no es la violencia, no es el terror ni la guerra. Es una catástrofe “natural” como la pandemia. Una catástrofe que no ha tenido más conductos de propagación que la vida social, y entre toda su maraña de signos más evidentes la desigualdad.
Frente a este evento que ha provocado una migración forzada, los especialistas de Instituto de Defensa Legal Álvaro Salvador y Juan Carlos Ruiz han planteado que se reconozca a los retornantes como desplazados internos. Para ello, exigen que se aplique la Ley N.° 28223, Ley sobre los Desplazamientos Internos, y cuestionan los lineamientos emitidos por la Presidencia del Consejo de Ministro (Resolución Ministerial N.° 097-2020-PCM) al ser insuficientes para garantizar un retorno seguro para los migrantes internos durante la cuarentena. Lo que más bien proponen es que a los desplazados tengan la protección del Estado, conforme el derecho internacional sobre las migraciones, junto con un acompañamiento permanente y apoyo humanitario hasta que puedan regresar a sus hogares.
En efecto, los retornantes se encuentran entre las poblaciones más vulnerables en esta pandemia. Afectados en sus ingresos económicos, alimentación, vivienda y salud, y sin sus redes comunitarias de soporte, y con la vida misma bajo peligro, es importante que el Gobierno pueda focalizar su apoyo. Y no puede dejar de lado las nuevas dinámicas de migración interna más allá de la mirada centralista. Un punto crítico que, si no es debidamente abordado, por la fuerza de los hechos terminará descentralizando más la pandemia como ya viene sucediendo.