La marcha anti-Castillo en Lima: ¿qué lecciones viene dejando?

La marcha anti-Castillo en Lima: ¿qué lecciones viene dejando?

Aldo Pecho Gonzáles

IDL-Seguridad Ciudadana

 

 

Mientras los conflictos sociales no terminan por apaciguarse, hagamos una lectura sobre el agitado inicio de mes, el cual ha tenido una serie de protestas en todo el país que han puesto al Gobierno en vilo. La crisis es innegable y tiene un variado componente social con legítimos reclamos. El origen de la crisis, por supuesto, es múltiple: allí confluyen factores externos (pandemia, inflación global y guerra en Ucrania), procesos políticos corrosivos muy a la peruana (con actores y discursos antidemocráticos), un modelo económico sumamente cuestionado y un Gobierno débil, errático y que viene perdiendo legitimidad. Pero de todo este complejo entramado, centrémonos en un hecho concreto: la masiva movilización contra el Gobierno de Pedro Castillo que ocurrió en Lima y lo que viene representando. Aquí en la capital, con todo el peso político que el centralismo lamentablemente le otorga, las movilizaciones anti-Castillo nos vienen dejado algunas lecciones importantes que se deben mirar con cautela.

 

I

 

Las protestas de transportistas y agricultores de la semana pasada, en diversas regiones del país, nos mostraron la falta de capacidad del Gobierno no solo para atender demandas sociales de inmediato, sino también la pérdida de capacidad para el diálogo y la resolución de conflictos. Antes de que gobierne Pedro Castillo, el Perú estaba lejos de ser un paraíso de convivencia e igualdad social. Eso todos lo sabemos. Pero su llegada al poder representó, por lo menos, una mínima esperanza de que se tendieran puentes horizontales entre Estado y sociedad. En un país propenso a ser un polvorín de estallidos sociales (aunque con reclamos focalizados), el triunfo de Castillo en las elecciones del 2021 no ha sido un hecho menor.

La falta de manejo político, y sin los aliados que apaciguaran los diversos frentes regionales, hizo que la protesta se extendiera durante días sin que el Gobierno pudiera evitarlo. El valle del Mantaro, en Junín, ha sido un punto clave de protesta. Estamos hablando del mayor abastecedor de productos agrícolas para Lima, por lo que el bloqueo de la Carretera Central y de productos de primera necesidad para la capital tuvieron fuertes repercusiones. El aumento de precios se hizo notorio en los mercados limeños. Si bien puede existir descontento por el clima político, no hay nada peor que una crisis económica que se haga notoria en los bolsillos de la población. En cualquier parte del mundo, esto es un catalizador de la movilización social.

Con soluciones parciales y precarias por parte del Gobierno, para el 4 de abril los transportistas convocaron a un paro nacional, el cual tuvo conatos de violencia en diversas regiones. En Lima también ocurrieron una serie de protestas, pero lo que terminó teniendo un impacto mucho más fuerte fue el clima de incertidumbre generalizado. En diversas redes sociales llegaron mensajes de supuestos saqueos a negocios, quema de vehículos de transporte público y violencia en las calles. La mayoría fueron noticias falsas, por supuesto. Intencionado o no, esto provocó pánico en un gran sector de la población, lo que fue aprovechado por elementos delictivos para azuzar en las calles con el fin de que la violencia fuera tangible. El rumor se estaba convirtiendo en una profecía autocumplida y el miedo iba creciendo tanto que terminó por asustar al propio Gobierno.

El paro continuaría para el 5 de abril, pero ya las alarmas estaban encendidas para Pedro Castillo y su gabinete, sobre todo en la capital. Desde el Ejecutivo veían un estallido social inmanejable, con violencia callejera de por medio. Por ello, el presidente casi a medianoche dio un sorpresivo mensaje decretando inamovilidad social obligatoria para Lima y Callao. Una medida así de drástica, y en una fecha tan simbólica, trajo gran descontento entre un gran sector de la población. Algunos desatinadamente lo compararon con el golpe de Estado fujimorista. Y aunque la medida a todas luces fue injustificada, y con fuertes rasgos autoritarios, no ha hecho más que demostrar que un presidente timorato y débil —con un entorno conservador— tiene reacciones improvisadas cuando se siente en peligro. Vale agregar que la respuesta no solo ha sido torpe, sino que apela a un viejo mecanismo antidemocrático: utilizar los estados de emergencia como herramienta política para controlar el descontento social. Y allí radica su peligro de perpetuar una relación Estado-sociedad jerárquica y represiva, mucho más delicada en tiempos de polarización.

Como sea, la medida de Castillo no solo fue infructuosa, sino también contraproducente. Traería consigo una gran movilización desde sectores sociales que rara vez engrosan las marchas en nuestro país, pero cuyo influjo hoy en día es cada vez más notorio. Y esta vez la voz de reclamo vendría desde Lima.

 

II

 

La movilización del 5 de abril fue masiva, y este es un hecho innegable. Han sido miles de personas las que se congregaron en el centro histórico, como reacción frente a las medidas del Gobierno. En efecto, desde tempranas horas se venían convocando a concentraciones para la marcha, a expresar desobediencia civil y hasta se oyeron cacerolazos en algunos sectores de la ciudad. Sobre este último punto, hay un hecho interesante sobre el que quiero detenerme. Un grueso de la movilización y el ruido de las ollas vino de sectores tradicionales de clase media y media alta de la capital. Es decir, principalmente del suroeste de Lima o lo que en los discursos de marketing y en la narrativa de mercados inmobiliarios reciben el paradójico nombre de “Lima moderna”.

Para nadie es un secreto que la mayor parte de las convocatorias para la movilización se hicieron en distritos como San Isidro, Miraflores, Jesús María, Lince, Surco, Chorrillos, San Borja, La Molina, entre otros. Por ello, se pudo ver un gran número de personas con banderas de Perú y camisetas de la selección de fútbol en las avenidas Arequipa, Salaverry, Javier Prado, Brasil, entre otras. En contraste, las avenidas principales de Lima Norte, Lima Sur y Este (por ejemplo, Alfredo Mendiola, Carretera Central, Próceres de Independencia, Los Héroes, Nicolás Ayllón, Túpac Amaru, entre otras), dentro de lo que otrora se conocía como los conos de Lima, lucían sencillamente vacías.

Imagen 1. Convocatoria de la marcha para el 5 de abril centradas en un sector de la ciudad

Fuente: @CGomezCalero (Twitter). https://bit.ly/3NWHpSS

 

El hecho de que la marcha haya sido focalizada principalmente en esta zona de la ciudad para nada le quita representatividad. La popularidad de Pedro Castillo en toda Lima es la más baja del país. No obstante, son los sectores socioeconómicos que las encuestas clasifican como A y B quienes principalmente lo rechazan y vienen exigiendo de manera activa su renuncia. Y esto se ha manifestado claramente en las calles. La torpeza política de Pedro Castillo ha sido tan evidente que logró movilizar a un sector social que rara vez ha tenido un poder de convocatoria masivo. Ni siquiera las marchas pro-vacancia o en contra del supuesto fraude electoral tuvieron el gran número de personas que se congregaron en el centro en esta ocasión. Un último antecedente así lo podemos encontrar con el Movimiento Libertad de Mario Vargas Llosa contra la estatización de la banca, a fines de la década de 1980, cuya convocatoria masiva fue policlasista, pero principalmente apoyada por los sectores más acomodados de la ciudad.

En cuanto a la jornada de protesta, con el correr de las horas la indignación en las calles tuvo un mayor eco en otros sectores capitalinos. Por lo menos de los que se animaron a demostrar su descontento. A las 8 de la noche se dio nuevamente un cacerolazo, y esta vez se sumaron distritos como el Rímac, San Martín de Porres, Comas, San Juan de Miraflores, entre otros, aunque ciertamente se registraron en algunos de sus barrios en concreto. De todas formas, el avance de la protesta ha sido notorio y muestra también que es posible plasmar un descontento político generalizado en diversos sectores de la ciudad dispuestos a movilizarse o por lo menos expresarse contra Pedro Castillo.

A todas luces, no hay duda de que las protestas ocurridas en regiones, hace una semana, fueron capitalizadas por los actores políticos que buscan la vacancia presidencial y ha sido secundada por un sector importante de la población en la capital. Sin embargo, a pesar de su éxito, una serie de hechos ocurridos durante la protesta deben analizarse con pinzas, y no solo ser tomados como un episodio circunstancial o externo de la misma. Me refiero a los actos vandálicos ocurridos en el centro de Lima, los que pusieron en riesgo la vida de decenas de policías y periodistas, así como afectaron la infraestructura de un buen número de entidades públicas y privadas.

Quienes conocemos cómo opera y se moviliza la derecha radical y su fuerza de choque sabemos también que sus acciones no son nada gratuitas (en todo el sentido de la palabra). Sin embargo, por el gran número de actos vandálicos, quedan las dudas de si estos desmanes se le fueron de las manos, o si verdaderamente ha sido un acto planificado con intenciones políticas. Las investigaciones darán mayores luces al respecto. Lo cierto es que terminaron por restarle legitimidad a la protesta, y esto es algo que puede pasarles factura en las siguientes movilizaciones. De hecho, un sector oficialista se aprovechó de estas circunstancias para afirmar que las medidas de inmovilización de Pedro Castillo se encontraban debidamente justificadas por este tipo de acciones. Tomemos nota de que un gran sector de la población respalda las políticas de “mano dura” cuando ocurren actos vandálicos, y esto es lo que puede ir mellando el éxito de una movilización, legítima como muchas otras, y que termina manchada cuando se le suman elementos —además de antidemocráticos— delictivos. Veremos si en las siguientes protestas es un patrón que se repite, o pueden tenerlo bajo control.

 

III

 

Se han convocado diversas manifestaciones en Lima contra Castillo para los próximos días —exigiendo su vacancia, por supuesto—, en contraposición a las protestas regionales que en su mayor parte buscan que el Gobierno atienda a una serie de demandas sociales, principalmente por el costo de vida producido por la crisis económica global. También vienen sumándose otros pliegos de reclamos, con demandas de largo aliento por parte de diversos colectivos, organizaciones, federaciones y confederaciones a lo largo y ancho de todo el Perú. Por todo ello, es evidente que el país se encuentra en uno de sus puntos más álgidos de estallido social desde que inició el siglo XXI. Pero no todos buscan el mismo objetivo, y las salidas a la crisis política (si es que la hubiera) muchas veces son contradictorias.

Para el caso de Lima, no existiría otro camino que la renuncia o vacancia de Pedro Castillo, eso está claro. De hecho, desde antes que tome el cargo, ya venía trabajándose la deslegitimación de su Gobierno y se cerraron las puertas a cualquier pacto de gobernabilidad. La capital ha hecho eco de este reclamo con una serie de movilizaciones que resultaron infructuosas hasta el momento, pero que han ido generando un clima de tensión permanente, ideal para la desestabilización prolongada del Ejecutivo. Con la manifestación del 5 de abril, y un clima de estallido social amplio en regiones, parece que el camino de las movilizaciones puede traer cambios políticos notables para nuestro país. Y es que resulta poco probable que un Castillo errático, desconfiado y que ha perdido contacto con sus bases pueda tender puentes hacia el consenso social y político, aunque un resquicio de posibilidades siempre queda. Y es que aguantar la crisis con cambios ministeriales apenas podría ser un balón de oxígeno para un hecho que resulta inevitable: su caída. Si esto no ocurriera a corto plazo, el desgaste golpista puede replegarse para intentar una nueva arremetida, y por lo visto el Gobierno se ha vuelto experto en cederle nuevas excusas.

Existe un escenario más peligroso todavía al respecto. La violencia que se ha observado en Lima, Ica y Huancayo, entre otras ciudades, además de una lamentable represión policial —principalmente en regiones, hasta el momento—, puede augurarnos nuevos tiempos de confrontación política. Y este es un problema que va a trascender el régimen de Castillo. Si la polarización aterriza en episodios de violencia sistemáticos —sumado a los discursos de odio, racismo y clasismo que se tienden sobre la mesa—, habrá algo más que lamentar que la supuesta paralización del país por un Gobierno que causa descontento. Y no parece que la llegada de la derecha radical y los sectores conservadores al poder vaya a frenar esto. Más bien nos acerca peligrosamente, según las experiencias regionales, a escenarios altamente polarizados como los de Ecuador y Bolivia (salvando las distancias sociohistóricas, como las demandas de reivindicación étnicas, limitadas en el Perú), que han traído fuertes episodios de violencia. Recordemos el golpe blando de Bolivia el 2019, el cual produjo decenas de muertos, un país todavía desgarrado socialmente y un fuerte quiebre institucional.

Por el momento, esta crisis no ha puesto más que en evidencia la erosión de nuestro sistema político —un proceso que tiene por lo menos un lustro de intensidad— y el desgaste de sus propios actores. No parece que dejar a Castillo fuera del cargo frene la tempestad política y la polarización social que actualmente vivimos. Pero las narrativas de vacancia y de renuncia son las predominantes, y ya no solo entre los sectores de derecha más recalcitrantes y un centro político derechizado. Se han sumado también algunos izquierdistas moderados, un grupo de ONG y hasta analistas políticos. En ningún momento se ha buscado tender puentes de gobernabilidad y consenso al Gobierno más que por intermedio de operadores políticos. El progresismo ha renunciado a la calle, uno de sus bastiones históricos, y le viene cediendo el paso a una derecha paradójicamente más “rebelde”. Esto ya viene trayendo cambios notorios en la arena política del que pocos quieren darse cuenta. Sin duda, son nuevos vientos los que viene afrontando y afrontará el Perú por estos años, y con muchas lecciones que tenemos aún por aprender. Veremos qué sucede.

Un Comentario en “La marcha anti-Castillo en Lima: ¿qué lecciones viene dejando?”

  1. juan carlos dice:

    buenas tardes..el choloindio..EL PRESIDENTE PEDRO CASTILLO Y PERU LIBRE DE CERRON BELLIDO BERMEJO DINA BOLUARTE,ESTAN DECEPCIONANDO LA ESTAN PEGANDO DE FILIPILLOS MALINCHES TRAIDORES SIN DIGNIDAD NI HONOR..no han cumplido ninguna de las promesas que hicierion durante las elecciones,nacionalizar el gas el petroleo hacer una verdadera reforna agraria liberar al comandante el cholo antauro humala tasso y hacer una nueva constitucion,no ha cumplido nada de lo que prometio ,asi que lo mejor es que pedro castillo,renuncie deje la presidencia y se convoque ha nuevas elecciones presidenciales..TAN FACIL ERA SEGUIR EL EJEMPLO DE LA REVOLUCION DEL COLLASUYO BOLIVIA LIDERADO POR EL CHOLO EL INDIO EL PRESIDENTE EVO MORALES AYMA,APOYADO POR LOS REVOLUCIONARIOS INDIOS MEZTIZO CHOLOS DEL COLLASUYO..en solo seis meses nacionalizo el gas el peroleo libero ha los presos politicos y por ultmo hizo una nueva constitucion..YA LO DIJO EL TIO RICARDO BELMONT,QUE EL PERU NO TIENE FUTURO ES IGUAL O PEOR QUE PAIS NEGRO AFRICANO Y QUE ESTE PAIS SIGUE SIENDO UNA COLONIA UNA VERGUENZA LO APOYO ALTIO RICARDO..este pais se ha vuelto un narco estado,lleno de narcos drogadictos mafias corrupcion delincuencia violencias violadores aseisinos de mujeres y niños y todo eso fomentado por esos narcotraficantes de mierda apristas fujimoristas fascistas gringos criollos con mentalidad colonial mente de exclavos..LO MEJOR ES QUE CASTILLO RENUNCIE Y SE CONVOQUE HA NUEVAS ELECCIONES Y SI ESTE PAIS SIGUE ASI,ENTONCES TODO EL SUR PERUANO Y EL CENTRO SE VAN HA UNIR HA BOLVIA Y HACER LA CONFEDERACION PERU COLLASUYO BOLVIA Y QUE LIMA Y EL NORTE DEL PAIS SEAN OTRO PAIS,por medio de referendums plebiscitos..GRACIAS.

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