La seguridad alimentaria es un derecho
Nancy Mejía, Área de Seguridad Ciudadana del IDL
La Red de Ollas Comunes de Lima y la Mesa de Seguridad Alimentaria de Lima han escrito una carta al Presidente Sagasti para que declare la emergencia sanitaria, reconozca a la organización de las ollas comunes, les otorgue presupuesto , las registre según lo establece la ley aprobada recientemente en el Congreso y las incorpore como parte de las estrategias del Programa Hambre Cero.
Actualmente hay alrededor de 1200 ollas comunes en Lima Metropolitana que subsisten gracias a la solidaridad ciudadana y, hace poco, con algunos recursos del Programa Qali Warma. Más de 120 mil personas participan en ellas.
A los pocos meses de iniciada la pandemia aparecieron una bandera blancas en la parte alta de los cerros en los que se ubican los asentamientos humanos de Lima. Estas indicaban la presencia de las ollas comunes que salvaron del hambre a miles de pobladores que viven en extrema pobreza. Empezaba la crisis de la seguridad alimentaria que durará lo mismo que la pandemia.
Frente a esta situación, y en medio del caos, el Gobierno entregó bonos que no llegaron a los que tenían que llegar en muchos casos porque no había una lista actualizada de beneficiarios directos; muchos adultos mayores y personas con discapacidad no fueron beneficiados. Y se formaron interminables colas desde el día anterior en los cajeros de los bancos, que propagaron el virus a diestra y siniestra. También entregó canastas familiares en puntos designados en cada distrito, sin tomar en cuenta los protocolos de seguridad. Y ocurrió lo mismo. Muchos durmieron en las calles llevando sus colchas y frazadas para protegerse del frio. No hubo distancia social sino, más bien, mucho hacinamiento y contagios masivos.
La gente reaccionó ante la falta de trabajo y el hambre. “Era desesperante, al principio no sabíamos qué hacer, pero teníamos que garantizarles un plato de comida a nuestros hijos”, comentan las madres de familia de las partes altas de Villa María del Triunfo.
En la zona de José Carlos Mariátegui de ese distrito hay alrededor de 150 ollas comunes. Cada olla asiste a unas 40 ó 50 familias. Brindan entre 100 a 120 almuerzos por día. Las ollas están ubicadas en las zonas de Vallecito Alto, Vallecito Bajo, Paraíso Alto, Paraíso Bajo, Limatambo, San Gabriel, San Gabriel Alto, Los Ficus y Pedregal. Además, cada olla cuenta con un Comité Covid en el que participan las mismas señoras que se encargan de hacer cumplir los protocolos de distanciamiento, el uso de mascarillas, la limpieza. Y, por si eso no fuera poco, asisten a las personas que presentan síntomas y las derivan al centro de salud más cercano.
Olga G. pertenece a la zona de Florida. Tiene tres hijos. Empezó a organizar la olla de su comunidad en el mes de mayo. “Fueron momentos muy duros había muchos vecinos sin trabajo, no recibíamos apoyo del Gobierno. Tuvimos que armarnos de valor y salir con las vecinas a pedir alimentos en los mercados pequeños del barrio. Felizmente hubo mucha solidaridad. Con lo que nos regalaban regresábamos. Nos turnábamos para cocinar y cuando se acababan los alimentos teníamos que volver a salir a pedir más”, recuerda.
Hasta que un día seis señoras decidieron ir al Mercado Mayorista de Santa Anita. Cuando los comerciantes se enteraron que pedían alimentos para las ollas comunes les regalaron zapallos, brócoli, cebollas, beterragas y un saco de papas. Olga añade: “Con todo eso regresamos a Mariátegui en una minivan que cobró 40 soles. Nosotras teníamos un fondito de lo que sacamos inicialmente cuando cobrábamos tres soles por familia. Ahora cobramos un sol por menú. Así que nos salió a cuenta”.
Luego fueron a La Victoria a pedir ayuda al Mercado de La Parada ubicado en el distrito de La Victoria, y también recibieron apoyo. Afortunadamente, en el área cercana funciona otro mercado mayorista cercano que ha ayudado a todas las ollas de Mariátegui. Se llama “El Pesquero” y las ha provisto de pescado y mariscos. “El menú de hoy fue arroz con pescado frito y mañana haremos arroz con mariscos. Los días lunes ,miércoles y viernes preparamos menestra y así vamos balanceando los almuerzos diarios”, aclara Olga.
Maribel G. es de San Martín. Es costurera y tiene una hija. Viven en Vallecito Alto. La mayoría de sus vecinas son madres solteras. “Formamos la olla común “Las Vegas” y decidimos dejar de lado la vergüenza. Fuimos a pedir ayuda a los mercados con unos letreros que decían “Somos de la olla común Las Vegas. Necesitamos que nos apoyen. Que Dios los bendiga. Íbamos juntando en nuestra bolsa un poquito de todo. El mercado pesquero también nos apoyó. Los camiones que distribuían el pescado nos regalaban”, relata.
Empezaron con 140 platos y fueron aumentando las raciones. Se organizaron para hacer turnos de lunes a sábado. ( Ese día sirven más para que las familias guarden su porción para el día siguiente). Cocinan hasta ahora con leña en la casa de una de las vecinas. Al principio buscaban leña por la zona hasta que encontraron una carpintería que se las brinda. Maribel nunca había cocinado para tantas personas, pero ya aprendió a calcular las medidas y las porciones. Algo bueno ha sacado de esta experiencia. “Pero no solo eso. La pandemia nos ha enseñado a ser más solidarios. Ahora nos tratamos como una familia, nos cuidamos. Si alguien se enferma estamos todos pendientes”, recalca Maribel, quien es también la presidenta del grupo Covid y mantiene el orden, la limpieza y todos los protocolos de bioseguridad. Ella no baja la guardia y no se quiere enfermar porque algún día espera regresar a su paraíso verde.
Doris L. integra la olla “Misky Micuy” (“Un rico alimento”). Ella es Vallecito Alto. Nos dice: “Aquí también nos organizamos en mayo del año pasado. En ese momento empezamos cinco señoras y ahora somos 15. Asistimos a varias familias y nos ocupamos de los casos de ayuda social, atendiendo a vecinos sin trabajo o a adultos mayores. Nos hemos unido, hay compañerismo. El temor ha hecho que la salud mental de la mayoría haya empeorado. Muchas madres nos hablan y se quiebran. Desgraciadamente, en estos momentos no podemos acercarnos y abrazarlas”.
Las ollas comunes que subsisten son autogestionarias. Algunas llegan a dar 200 almuerzos diarios. Muchas comparten sus productos para que el alimento pueda llegar a la mayor cantidad de pobladores y garantizar su alimentación en medio de esta crisis. Recordemos que no hay salud sin seguridad alimentaria.
Ellas empezaron de cero, se prestaban las ollas entre ellas. Antes cocinaban en la calle, pero ahora generalmente lo hacen en la casa de alguna vecina que presta el espacio. No cuentan con servicios básicos: juntan el agua en bidones que algunos vecinos les dan o les venden. “Es difícil, pero no podemos dejar de cocinar. Eso se llama resistencia”, indica Doris.
Todas han mencionado agradecidas el gran apoyo que vienen recibiendo de la Iglesia católica que trabaja en la zona. Se han referido especialmente al arduo trabajo que realiza el padre Juan Febrero, quien recolecta donaciones de privados y las reparte entre las ollas para que a nadie le falte en lo posible.
Pero debe quedar claro que la responsabilidad de garantizar la seguridad alimentaria es del Estado. Y ellas lo saben. Por eso se han organizado en la Red de Ollas Comunes de Lima y forman parte de la Mesa de Seguridad Alimentaria de Lima organizada por la Municipalidad de Lima. Saben que solo unidas e integrándose a instituciones estatales lograrán que el Gobierno las escuche y atienda sus reclamos. Hay que destacar que han reunido 3,500 firmas que anexan a la carta que han enviado al presidente Sagasti.
El siguiente paso es tener un presupuesto propio que sea canalizado directamente por su organización, sin intermediarios como las municipalidades que solo demorarían las entregas. Su trabajo es diario. Si un día no tiene presupuesto, 200 personas se quedan sin comer. Así de contundente.
Y el otro paso es ser reconocidas como un modelo de organización que se puede replicar a nivel nacional, y por eso su interés en ser consideradas una estrategia del Programa Hambre Cero.
Se debe declarar la emergencia alimentaria y replicar este trabajo de hormigas laboriosas, resistentes, humanitarias, solidarias y ejemplares. Del desastre a veces surgen estas experiencias que nos devuelven la fe en la humanidad.