La señora de las momias ahora es ministra de Cultura
Revista Ideele
Hace tres años la Revista Ideele entrevistó a Sonia Guillén y, a partir de la información que nos brindó, elaboramos un extenso reportaje titulado “A quién le importan los muertos”, en el que revelan importantes detalles- y poco conocidos- de la labor que por años ha realizado la hoy ministra de Cultura.
Sonia Guillén, arqueóloga de San Marcos, se especializó en bioarqueología, una disciplina que combina biología y arqueología y que aporta a los descubrimientos relacionados a la salud. Actualmente se trabaja de manera multidisciplinaria con los antropólogos físicos, y hay nuevas especializaciones como la arqueología de género que permite llegar a descubrimientos sobre el papel político de las mujeres de esa época, como la autoridad política y religiosa que tuvo la señora de Cao o las de San José del Moro.
Su interés por las momias la llevó al Chinchorro, en Arica, donde están las momias más antiguas que existen. Éstas tienen 10 mil años de antigüedad y la mayoría ha pasado por un proceso de momificación natural, producida por una combinación de cierto clima y suelo que hacen que la piel se mantenga seca, deshidratada o congelada. Son pocas las que han sido sometidas al arte de la momificación, también llamada momificación artificial.
Se trata de un grupo humano de pescadores y recolectores de mariscos que vivieron en una zona desértica y con un tipo de suelo que ha permitido una conservación extraordinaria que solo se encuentra en Egipto y en unas zonas de Irán. Guillén cuenta que el emblemático morro de Arica está repleto de fardos.
Sonia Guillén relata: “La momificación artificial tenía sus peculiaridades en este pueblo. Era un proceso largo, casi artístico. Se les quitaba la piel, se les introducían palos a través de las aberturas de las vértebras y extremidades para que puedan pararse, las rellenaban con barro, les daban forma a las partes del cuerpo –senos, genitales- como si se tratara de muñecos de barro, se les volvía a cubrir con su propia piel o la de pelícano, los vestían con un faldellín o cobertor público y las pintaban de negro, rojo o a rayas, les reconstruían las facciones del rostro y les ponían una peluca de pelo natural”.
No era una perversión necrofílica la que llevaba a estos antiguos a darse semejante trabajo. Estas hermosas e intimidantes esculturas humanas cumplían la misión de vigilar los límites de sus territorios, proteger el acceso al agua fresca, a sus recursos marinos. Un grupo de ellas, paradas junto a un banco de peces, eran las guardianas perfectas para alejar a los intrusos.
Rastreando el desierto de Antofagasta por más restos de los chinchorro, la bioarquóloga recaló en el puerto de Ilo y se encontró con las momias Chiribaya, en el año 1992. Seiscientas momias y sesenta mil aparatos, nada menos, así como unos tejidos de llama de pelo fino, más delicado y largo que el de la mejor alpaca de nuestros tiempos. Es así que empieza su trabajo de conservación a través del centro Mallqui, que le implica además conseguir fondos para brindarles condiciones dignas que permitan que estos restos se preserven. El siguiente paso fue la construcción de un museo, encargarse de la museografía y también de la conservación.
Cinco años más tarde, un gran descubrimiento remeció a esta comunidad científica. En una laguna remota se había producido el hallazgo fortuito de unos mausoleos en una ladera escarpada cubierta de vegetación. Era un lugar de difícil acceso, a trece horas del pueblo de Leymebamba, que a su vez está a tres horas de Chachapoyas. Algunos agricultores de la zona removieron los restos de este cementerio, abrieron los fardos con machetes y tiraron al abismo muchos de ellos.
El huaqueo, la demanda de mayores espacios para la pastura del ganado y el turismo irresponsable son graves peligros para los restos arqueológicos que aparecen inesperadamente, como en este caso. Por eso existía el apremio por frenar la destrucción que ya estaba causando daños irreparables. Sonia Guillén viajó a realizar un registro del sitio y concluyó que se debía hacer un rescate de emergencia.
Trasladar los restos a caballo por unas escarpadas trochas barrosas que bordean los precipicios no fue una tarea sencilla. Se pueden deteriorar, deshacerse y hasta convertirse en polvillo cuando salen de su ambiente. Gracias a su iniciativa se salvaron 219 fardos y más de 2000 objetos.
Las momias de Leymebamba se distinguen por sus gestos dramáticos. La mayoría parece que se estuviera cubriendo el rostro con las manos y sus expresiones van de la sorpresa al miedo. Está comprobado que son artificiales porque fueron evisceradas por el ano. Luego les curaron la piel para que parezca de pergamino, las envolvieron con mantas y les pusieron coloridos turbantes para sujetar sus cuellos.
“El esfuerzo terminó con la inauguración del Museo Leymebamba, financiado por el gobierno de Austria. Se trata de un museo comunitario, propiedad del pueblo, que es administrado por el Centro Mallqui”, sostiene Sonia Guillén.
Ella dice que cuando era joven y optimista pensó dedicarse a la investigación, pero que la situación de las momias peruanas la llevó a consagrar sus esfuerzos al rescate, la conservación y la gestión. También hace de puente entre los investigadores y las momias.
“Cuando cuidas momias te puedes convertir en un proveedor de muestras. Todos quieren un pedacito de piel para estudiarla. Por eso hay que tener cuidado. Pienso que las relaciones deben ser recíprocas y que éstas contribuyan a que se formen especialistas peruanos”, sostiene la bioarquéologa. Actualmente hay un grupo de investigadores en Brasil que está estudiando diferentes tipos de parásitos. Ella está dispuesta a brindarles todas las facilidades porque los parásitos eran un problema muy serio en el mundo prehispánico. Añade: “En Chiribaya teníamos individuos con tal infestación de piojos que se puede pensar que esa ha sido la causa de su muerte”.
La situación actual da muchas más posibilidades a los profesionales de las nuevas generaciones, ya sea en las empresas que necesitan hacer evaluación de restos antes de empezar sus proyectos, o en fundaciones de la costa norte (Wiese, Backus). En el Perú, los profesionales especializados en el estudio de momias no llegaban a diez, aunque esta cifra ha crecido en los últimos años. Muchos han hecho sus tesis sobre estas colecciones de momias.
Sonia Guillén también promueve a jóvenes científicas que se están dedicando a la investigación. Evelyn Guerrero, por ejemplo, estudia un doctorado en genética en Finlandia. Hace cuatro años que se comunica en inglés y a veces le cuesta recordar algunas palabras nativas. Ha regresado con un equipo de la universidad de Helsinki para comparar el ADN de las poblaciones vivas de Chachapoyas con el ADN antiguo de las poblaciones prehispánicas de esa zona. “Antes se conocía la edad, estatura, patologías con métodos tradicionales. Ahora se usa el estudio del ADN”, afirma.
La investigadora se encuentra en Chachapoyas tomando muestras de pobladores de Cajamarca que han migrado a la zona, los del lugar y de los awajun y wampis. Luego las llevará a Helsinki para analizarlas en el laboratorio de la universidad. Quiere descubrir si esta gente tiene relaciones de consanguineidad con los antiguos Chachapoyas y saber qué tan originales son los linajes regionales.
En el Perú hay pocos laboratorios en los que se puedan hacer estudios de este tipo. Eso limita las investigaciones. Se tendrían que trasladar a Chiclayo, Trujillo o Tarapoto. En Lima, el Museo de Arte tiene un buen laboratorio. Sonia Guillén sostiene que con la tecnología que hay en los laboratorios peruanos se podrían hacer estudios interesantes.
“Al Hombre de Hielo le han visto hasta la última célula, el último pelo. Nosotros tenemos muchas momias que no han sido estudiadas”, añade.
Tal es el caso de nuestra Juanita de Ampato, que todavía no ha sido investigada a profundidad, aunque es bueno saber que está bien cuidada por la Universidad Santa María de Arequipa.
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