Silenciar voces: la “batalla cultural” de los grupos radicales en Perú

Silenciar voces: la “batalla cultural” de los grupos radicales en Perú

Ghiomara Rafaele / IDL-Seguridad Ciudadana

En jirón Contumazá, en el centro de Lima, existe un espacio que limpia la inseguridad y la violencia desparramada de la calle. Es una biblioteca que brinda conocimiento y cuidado. Lleva por nombre Miguelina Acosta. El espacio se encuentra ubicado en una esquina. Quizá sea algo pequeña métricamente, pero grande cuando las niñas abren los libros para sumergirse en otros mundos.

Con mesas en el centro, dos computadoras, tabletas, posters y muchos libros, esta biblioteca se convierte en un hogar para las niñas que la visitan cuando han culminado sus clases. Se quedan una, dos, tres y hasta cuatro horas dibujando, leyendo, conversando. Pero este espacio fue transgredido. Mientras intentaban conseguir algunos fondos para costear los gastos de luz, alquiler y adquirir unas computadoras más, integrantes de un grupo de derecha radical —los Combatientes del Pueblo, una de las facciones nacidas de La Resistencia— las atacaron.

Eran aproximadamente las 2 de la tarde del 15 de mayo, mientras jirón Contumazá estaba bañada de voces y música. Las pequeñas habían decidido hacer una tómbola, la que venían promocionando con semanas de anticipación por sus redes. Tres de ellas, de apenas 9, 10 y 11 años, cantaban “Vivir sin miedo”, cuando hombres y mujeres provistos de cascos y palos —la mayoría de ellos sin mascarilla—, cargando banderolas y banderas rojiblancas, empezaron a amontonarse e insultarlas. Los padres de las pequeñas y algunos asistentes pusieron el cuerpo y las barreras de fierro para protegerlas. No bastó.

Dos de las protestantes con polos de “No al comunismo” arrancaron las barandas de protección. No les importó que el serenazgo, pasivamente, les pidiera calma. El megáfono vociferaba “Por qué le dan el micrófono al niño, seguro para que insulte. ¡Que aprendan a respetar!”. E hicieron lo que mejor saben hacer: actos de violencia. Para este grupo radical, las causantes de sus gritos amenazantes, de sus jaloneos intempestivos, de sus insultos discriminatorios eran aquellas niñas que cantaban: los habían provocado.

Ataque a la biblioteca Miguelina Acosta por parte de grupos radicales.

 

Es la primera vez que grupos radicales atacan a niñas, pero no es la primera vez que atacan actos culturales. Esto lo puede asegurar el expresidente Francisco Sagasti, quien también fue víctima de las agresivas acciones. Tres meses después de dejar la banda presidencial, tras una abrupta crisis política, Sagasti publicó su libro Imaginemos un Perú mejor… y hagámoslo realidad, con la editorial Planeta. En el evento de presentación, La Resistencia apareció con su característica indumentaria: megáfonos en la mano, bandera peruana, pancartas y estruendosos insultos: “¡Sagasti asesino, terrorista! ¡Fuera los caviares, traidores a la patria! ¡Sagasti vendió al Perú!”.

¿Ha sido el único evento hostilizado? No. Un mes después, el excongresista Daniel Olivares decidió publicar sus memorias y reflexiones sobre su proceso parlamentario en un libro, Joder para transformar: mi última rendición de cuentas, bajo el sello Debate de la editorial Penguin Random House. Deplorablemente, pasó lo mismo. Con los mismos insultos y la bandera azul que los caracteriza, Los Combatientes buscaron injuriar a Mirtha Vásquez, una de sus panelistas. Los insultos no le llegarían. La expremier había decidido cancelar su asistencia antes del inicio de la presentación por las constantes amenazas.

Para Jerónimo Pimentel, director de la editorial Penguin, estos son grupos de extremistas quienes tienden a la violencia. No temen a la confrontación física, sino que la buscan. Su violencia no está dirigida contra una oposición definida, sino contra todo aquel que no piense exactamente lo mismo que ellos. Un caso que adicional demuestra esto ha sido el de la librería El Virrey, otra víctima de sus acosos. Dos semanas antes del ataque a la biblioteca Miguelina Acosta, la librería presentaba el libro Populistas de Carlos Meléndez, publicado también por la editorial Penguin, cuando con megáfonos en mano y pancartas Los Combatientes empezaron a vociferar arengas violentas atacando a los ponentes y a la prensa. El agravio se quedó corto. La agresión también fue acompañada de proyectiles hechos de cualquier cosa que tenían en la mano, huevos arrojados a los asistentes y tomates lanzados sin reparo alguno.

¿El supuesto motivo? La presencia del líder de Perú Libre: Vladimir Cerrón. El médico iba a formar parte de un diverso panel de comentaristas, entre los que se encontraba la excongresista fujimorista Úrsula Letona, el periodista Ricardo Uceda, el sociólogo Sergio Tejada y la periodista Valerie Vásquez de Velasco. Se iba a debatir sobre el populismo, tanto interno como externo. Pero al ver las constantes amenazas, Cerrón canceló su asistencia. No les fue suficiente, porque a pesar de la inasistencia del exgobernador regional, el grupo radical de todas formas atacó.

En grupos como Los Combatientes, sus armas son insultos, agresiones físicas y amenazas de muerte; sus enemigos, todo aquel que esté en contra de lo que piensan; su simbología, un saludo fascista, y la batalla que libran es contra un fantasma: el comunismo. Mas no solo se enfocan en “combatir” las doctrinas elaboradas por Marx y Engels —vamos a suponer que las conocen—, sino que aborrecen ideas progresistas como la libre elección de la maternidad, los derechos de la comunidad LGBTIQ+ o cualquier otra política afín a ella. Para identificarlos, basta ver sus estandartes con frases conservadoras muy conocidas. Por ejemplo, La Resistencia tiene una bandera blanca que en el centro ostenta un león azul acompañado de la frase “Dios, patria y familia”.

¿Desde cuándo han empezado estos ataques contra eventos culturales? Las primeras apariciones se remontan al 2019. Una de ellos ocurrió cuando Gustavo Gorriti se presentó en el Lugar de la Memoria (LUM). Atacaron a los vigilantes, insultaron al periodista, perturbaron a los asistentes. Para ellos, el LUM y los asistentes del evento eran simpatizantes de Sendero Luminoso. Nada nuevo. Dos años después, volverían a este mismo local amenazando una vez más exposiciones artísticas o eventos de memoria.

Ataque de La Resistencia en el LUM contra el periodista Gustavo Gorriti.

 

¿Qué es lo que realmente buscan al intentar cancelar los pocos espacios de intercambio intelectual? ¿Por qué quieren eliminar los espacios de conocimiento de las sociedades democráticas como son las librerías, los centros culturales, las bibliotecas? Para el editor Jerónimo Pimentel, esto tiene una clara intención: “Atacar estos espacios constituyen una forma de silenciar la inteligencia, de cancelar las ideas. No existe una identificación de personas e ideas opuestas, sino todo aquel que no piense igual es un enemigo”.

Para comprender su mentalidad es necesario conceptualizar su ideología. Políticamente se encuentran en el espectro de la derecha radical. Pero no solo es un grupo, son varios agrupados en torno a preceptos conservadores. Entre los más resaltantes se encuentran Los Insurgentes, la Sociedad Patriota del Perú, los Combatientes del Pueblo y —por supuesto— La Resistencia. Son como un virus: mutan y se multiplican.

Los medios por las cuales actúan son las redes sociales y en manifestaciones que en realidad terminan siendo agravios contra la sociedad civil. Allí comparten un discurso conservador, provida y antiderechos humanos. Son ideas y vínculos que comparten abiertamente con partidos políticos como Fuerza Popular, Renovación Popular, Avanza País y Solidaridad Nacional. En el caso del fujimorismo, a pesar de que ha intentado escabullirse de la vinculación con estos grupos radicales, bandas como La Resistencia han declarado abiertamente su apoyo e incluso se ha observado que varios de sus integrantes promueven sus campañas. Una de ellas ha sido la polémica excongresista Rosa Bartra, quien mediante sus redes sociales evidenció su apoyo a Jota Maelo, líder de La Resistencia, quien también postuló al Congreso por Solidaridad Nacional el 2020.

Los deslindes no son suficientes cuando de frenar actos vandálicos se trata. Existe una complicidad por parte de ciertas agrupaciones políticas con su silencio, y más aún cuando muchos de sus integrantes hasta son invitados a los mítines de la derecha. Al respecto, el periodista Ernesto Cabral refiere: “Existe cierta validación por parte de algunos políticos, desde aparecer en estrados acompañando a los integrantes de los grupos radicales hasta no condenar su accionar, brindándoles cierta sensación de impunidad y de estatus para continuar con la violencia”.

Desde la academia, se ha observado que no solo en el Perú se vienen propalando los discursos y el accionar de agrupaciones de derecha radical. A nivel continental, la proliferación de este radicalismo es un hecho y no se ha detenido. Claros ejemplos son los de Argentina, Chile y Estados Unidos. En el caso argentino, tienen como histriones a Agustín Laje y Javier Milei, muy populares en redes sociales, ambos enfocados en la lucha contra los avances en pro de los derechos humanos, como el enfoque de género, el aborto y contra el fantasma del comunismo. En Chile, José Antonio Kast es el encargado del Partido Republicano, también con una fuerte impronta conservadora. Y en los Estados Unidos, se encuentran a agrupaciones como los Oath Keepers y los Proud Boys, dos grupos de extrema derecha que tomaron el Capitolio y ahora presentan cargos por sedición.

¿Por qué surgen agrupaciones de estos tipos? ¿De dónde proviene la proliferación de grupos conservadores y radicales? El periodista Ernesto Cabral sostiene que en el Perú surgen como una respuesta reactiva frente a un movimiento progresista, y añade un tópico importante: la laicidad. “Hay un sector conservador que se ha sentido amenazado frente al Estado laico. Su respuesta ha sido organizarse y extremar sus medidas”, comenta. Lo llamativo de esta conspiranoia es que no se observan políticas públicas con un corte íntegramente progresista y mucho menos comunista desde el Estado peruano. Internacionalmente, se ha catalogado al Gobierno de Pedro Castillo como conservador con atisbos de izquierda. E incluso ahora se encuentra en peligro la Ley Educación Sexual Integral (ESI), uno de los pocos avances en nuestro territorio en materia de derechos humanos, y que este Gobierno para nada ha intentado defender.

Volvamos a las agresiones de los grupos radicales contra eventos culturales. ¿Responden a una lógica? ¿Están orientadas bajo un esquema político? Aunque resulta increíble la respuesta, pues sí que lo que están. Desde hace tiempo, las organizaciones conservadoras vienen gestando una “batalla cultural”. Esta es su manera de definir un campo de lucha ideológica contra lo que considera que son las amenazas contra los valores tradicionales. Es decir, contra aquello que pueda “atentar” contra la patria, la familia, la religión, la educación de niñas y niños, entre otras cosas. Pero a diferencia de las otras derechas regionales, que son agresivas-propositivas, y que se presentan como formadoras ideológicas a través —por ejemplo— de libros, seminarios y debates, la derecha radical peruana es más destructiva. Y sus grupos de choque son una prueba firme de ello.

¿Qué quiere decir esto? Pues que no son propuestas las que llevan para la confrontación de ideas. La Resistencia y otros grupos radicales proclaman ser los salvadores de la democracia, la que ahora —afirman— se encuentra secuestrada por caviares y comunistas, y para ello tienen como punta de lanza la intolerancia, el recorte de derechos, la violencia, la eliminación de la memoria histórica y la destrucción de los conocimientos. Su “batalla cultural” es la propia cancelación de la cultura mediante el amedrantamiento, el silencio, los vituperios.

Ataque contra una presentación de libro en la librería El Virrey.

¿Por qué actúan con impunidad? Es importante recalcar lo mencionado por el periodista Ernesto Cabral: “Existe una validación de los actores políticos al no condenar las acciones violentas que sobrepasan el derecho a la protesta. Este vacío permite que la ciudadanía se encuentre en peligro. Iniciaron atacando lugares culturales, memoriales dedicados a víctimas de brutales represiones policiales, librerías y hace unas semanas a niñas que cantaban para recaudar fondos para su biblioteca”. Al sobrepasar estos límites, sin tener sanción alguna, se ven alentados a seguir atacando.

Y sus ataques, como vemos, no solo se reducen a espacios, personas u objetos, sino al mismo centro de conocimiento y cultura. Al respecto, añade el editor Jerónimo Pimentel: “Si la existencia de las librerías, de bibliotecas, de personas que piensen diferente, de unas niñas en edad escolar que canten y del mismo conocimiento para estos grupos es una provocación, estaríamos regresando a la edad pre-ilustrada a través de medios violentos. Es decir, retrocederíamos trescientos años. Como síntoma de nuestro debate cultural, de nuestro desarrollo democrático y de las libertades, esto es una aberración”.

Ante una situación así, en escalada, es apremiante que se tomen las medidas preventivas antes de que la violencia llegue a ser mayúscula. Si en eventos que contaban con presencia policial los grupos radicales han logrado hostigar a los invitados, arrojarles objetos, vociferar insultos, amedrentar presentadores, no nos imaginamos ante una situación de desprotección. Y este ha sido el caso de la violencia ejercida contra la biblioteca Miguelina Acosta, cuyo acto ha sido el más agresivo de los que conocemos, materializado en agresión física y persecución. Las niñas de jirón Contumazá aún tienen miedo de que los grupos radicales aparezcan por su biblioteca, de que las vuelvan a insultar, de que las vuelvan a agredir. Ellas bien saben que no hicieron nada, solo cantaban, solo reían. En un país tan poco abierto al conocimiento y a la cultura, lo último que se podría esperar es silenciarlas.

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