Venezolanos buenos, venezolanos malos: ¿cómo se utiliza políticamente a la migración en campaña electoral?
Aldo Pecho Gonzáles/ IDL- Seguridad Ciudadana
Desde que la campaña electoral arrancó, a inicios de este año, uno de los temas más recurrentes para los candidatos y sus organizaciones políticas ha sido la migración venezolana en el Perú. Por supuesto, los medios de comunicación han hecho eco de estas inquietudes, sin que falte tampoco la desinformación y la sobredimensión sobre los problemas que una diáspora tan grande viene trayendo consigo (y sospechosamente se ha hablado nada sobre sus necesidades). En un contexto así, viene a la mente una pregunta básica, pero que se ha explorado muy poco: ¿qué usos políticos se han hecho sobre las personas venezolanas en nuestro país en plena campaña electoral?
En primera vuelta, no bastó con que muchos candidatos utilizaran de chivo expiatorio a la migración para canalizar un descontento social que la crisis provocada por la pandemia viene trayendo consigo no solo a nivel sanitario, sino también a nivel político y económico. No han faltado las propuestas que criminalizan la población venezolana. Así, se afirma que son una de las causas fundamentales del problema de inseguridad en el país. Y a pesar de que desde IDL y otras organizaciones se ha desmentido esta afirmación, con datos en mano, no se ha hecho más que reforzar una narrativa basada más en el miedo que en la realidad.
En enero, con el arribo de migrantes a la frontera norte de Tumbes, y habiéndose cerrado los controles migratorios desde la pandemia, se empezaron a viralizar videos acerca de una llegada masiva de “ilegales”, quienes seguramente —decían— vienen a “delinquir”. Esto fue aprovechado por los candidatos para promover políticas de “mano dura” contra la delincuencia (Keiko Fujimori), expulsar inmediatamente migrantes que cometan delitos (Daniel Urresti) o deportar de manera masiva a quienes no estuvieran en situación regular en el país (Daniel Salaverry). Sobre esta última propuesta, no resulta más que deplorable equiparar la situación irregular de una persona (en términos administrativos) con la criminalidad.
Esta narrativa de los “venezolanos malos” ha tenido un cambio en la campaña electoral, ahora que nos encontramos en la segunda vuelta. Con el enfrentamiento entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori ha surgido un nuevo discurso político, el de los “venezolanos buenos”, o mejor dicho, la “preocupación” por aquellos migrantes que han tenido que sufrir la persecución y la miseria del “modelo comunista izquierdista”. Por lo tanto, habría que escucharlos o promover que se difunda sus opiniones para que peruanos y peruanas estemos informados sobre la perversión de un modelo que nos puede hacer mucho daño.
Más allá de los complejos apocalípticos y los discursos alarmistas, sin duda resulta importante que se reconozcan algunos de los factores que han provocado una migración forzada de venezolanos a nuestro país. Sobre todo si tomamos en cuenta que casi medio millón de ellos vienen pidiendo refugio en el Perú, aunque lamentablemente ni siquiera el 1 % han sido aceptados bajo esta condición. En efecto, un régimen coercitivo, antidemocrático y que ha violado sistemáticamente derechos humanos en Venezuela, como es el Gobierno de Nicolás Maduro, ha provocado un éxodo histórico para la región. Sin embargo, este no es el telón de fondo de esta sorpresiva y “solidaria” mirada hacia los migrantes en nuestra campaña electoral. Lo que se busca de las personas venezolanas es que confirmen que un modelo, el cual supuestamente va a introducirse en el país, no es el adecuado para peruanos y peruanas. En realidad, no les importan la situación de los migrantes en sí, sino solo lo que puedan decir. Es decir, la utilidad política que puedan tener sus testimonios para la coyuntura.
Lo paradójico es que, en este contexto de sorpresiva preocupación, la promoción de una mejor política migratoria y mayor inclusión social para personas que vienen huyendo de una terrible crisis jamás se mencionan. ¿En dónde queda readecuar las normativas que pongan alto a la abusiva explotación laboral hacia los migrantes y que los obligan a engrosar el sector informal? ¿Cuándo se les brindará las facilidades administrativas para revalidar sus títulos universitarios? ¿Se extenderá el SIS para aquellos migrantes en condición vulnerable, pero que no cuentan con carnet de extranjería? ¿Se seguirán permitiendo desalojos arbitrarios en plena crisis sanitaria? ¿Se dejarán impunes las estafas que reciben en centros laborales al retenerse sus salarios?
Parece que la sorpresiva empatía desde un sector (básicamente el fujimorismo) por la migración forzada venezolana es solo selectiva, a su conveniencia política. Y en la misma línea se encuentran los medios de comunicación que vienen haciendo eco de estos discursos en periódicos, televisión, radio e internet. Un bombardeo de noticias que nos hace recordar que la libertad de expresión muchas veces puede ser un pretexto para manipular información. ¿Buscan ser medios informativos o más bien formativos?
Este es un panorama peligroso que termina obnubilando la evaluación objetiva de ambos candidatos, cuyas orientaciones políticas puedan resultar ser tanto antidemocráticas como demagógicas. No se logra así replantear un contrato político con exigencias por parte de la sociedad civil en donde se rechacen los discursos del miedo y se busquen mejores condiciones para todos. De esto aprovechan tanto Keiko Fujimori como Pedro Castillo para seguir lanzando propuestas que solo apelan —y azuzan— al descontento popular. Así, durante el último debate realizado en Chota (Cajamarca), la candidata de Fuerza Popular prometió que reforzaría la militarización de la frontera y no dejaría pasar migrantes irregulares, y el candidato de Perú Libre afirmó que se expulsaría en el acto a migrantes que cometan actos delictivos. Estos discursos no hacen más que empobrecer el imaginario colectivo sobre los problemas que presenta la diáspora venezolana en nuestro país, y en general la comprensión sobre los problemas que tienen las personas con altas condiciones de vulnerabilidad.
El proceso político que actualmente vivimos en el Perú no es nuevo. Azuzar el miedo, manipular y tergiversar opiniones es una vieja práctica en nuestro país que lamentablemente nos ha llevado no solo a no comprendernos y marcar distancia (o indiferencia, que es igual de perniciosa), sino también a provocar odio hacia aquello que no conocemos o no queremos conocer bien. Si queremos hacerle frente a esto —a propósito de un slogan que, paradójicamente, llama a “votar sin odio”—, ¿no sería mejor aprender a escuchar y comprender aquello que tienen que decirnos las personas sin condicionarlas al miedo y sí sobre sus propias experiencias y carencias en nuestro propio país, donde su situación de por sí ya precaria?